Hoy terminamos con la historia del desastre económico de Argentina en búsqueda de lecciones macroeconómicas útiles para los próximos años.
La década de los 90 fue un periodo de recuperación después de la hiperinflación de 1989. El gobierno de Carlos Saúl Menem hizo una reforma monetaria que obligó a que cada peso argentino fuera convertible, es decir que tuviera el respaldo de un dólar de Estados Unidos. La medida parecía que tendría un éxito arrollador ya que la inflación cayó de más del 1,000% a un solo dígito en unos cuantos años.
Pero parece que Argentina nunca aprende la lección. La convertibilidad no fue respaldada por una política fiscal de riguroso equilibrio entre ingresos y gastos, que es la única forma en la que puede operar un sistema de este tipo. Muy por el contrario, el gobierno realizó ambiciosos programas de gasto con un bajo nivel de recaudación mientras que la diferencia se financiaba con deuda local (que de todas maneras era convertible a dólares) y emisiones de deuda en los mercados internacionales.
El boleto a una espiral de deuda
Al finalizar la década, el Tesoro argentino ya no recaudaba lo suficiente para pagar el gasto público y los intereses de la deuda. Así que empezaron a pedir prestado para pagar los intereses de préstamos previos.
Argentina había ingresado a la temible espiral de deuda. Solo que esta se parecía más a la espiral de deuda de una familia que a la de un país. Porque el gobierno argentino tenía que pagar sus deudas con algo cuyo banco central no podía imprimir a voluntad, dólares estadounidenses.