En este juego nada es lo que parece | Tercera parte

Esta semana hemos platicado de que en los mercados financieros son muy raras las cosas que en verdad son lo que parecen. Como un excelente ejemplo de ello tenemos al  corredor de bolsa Charles Schwab. Aquí puedes consultar la primera y segunda parte de esta historia.

El miércoles pasado terminamos con la explicación de por qué los bonos, que son instrumentos de deuda y que se supone que son mucho menos riesgosos que las acciones, pueden llegar a ser una trampa tan peligrosa.

Por favor, si no leyeron el artículo del miércoles háganlo ya que es necesario para entender esta parte.

Supongamos que un ahorrador decide invertir su dinero en comprar un bono y se lo queda por todo su plazo, 5, 10, 15, 20, 30 años o lo que sea. Es decir, hasta que madure como se dice en el medio. Ese bono siempre será pagado a su valor nominal, es decir, 100 centavos de cada dólar, euro, peso o lo que sea, salvo que el emisor del bono quebrara. Pero supongamos que aquí hablamos de bonos gubernamentales emitidos en la moneda del país de que se trate. Dólares en Estados Unidos, libras esterlinas en el Reino Unido, pesos en México. Estos bonos se pagan por definición porque el banco central de cada país hará el dinero necesario para pagarlos en caso de que el gobierno no tuviera para hacerlo.

Así que si el ahorrador conserva su bono emitido por el gobierno hasta que madure, los cambios a corto plazo en las tasas de interés le son completamente irrelevantes. Pero, ¿qué pasa si necesita el dinero? Entonces tendrá que venderlo a lo que le paguen por él. En ese caso sí es posible perder dinero y perderlo en grande.

¿Qué le puede pasar a un banco o a una empresa que es como un banco pero que no se define así tal como le ocurre a Charles Schwab?

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