La revolución del dinero. Segunda parte

En el Daily pasado platicamos de cómo casi mil millones de personas viven en países con inflación de dos dígitos. En los países en los que viven todas esas personas es muy difícil hacerse de dinero de mejor calidad, al menos en comparación con la moneda local. La razón de ello es que los gobiernos controlan las dos formas primarias en las que se puede meter y sacar dinero de un país.

La primera forma es utilizar un punto de entrada, lo que actualmente básicamente significa un aeropuerto. Aunque en la mayoría de los países está permitido el movimiento de divisas en efectivo o monedas de oro sin la obligación de declararlos, los límites son pequeños. Por ejemplo, en México son 10,000 dólares estadounidenses o su equivalente. Y en caso de cantidades mayores, se corre el riesgo de que las autoridades les confisquen hasta que se puede demostrar el origen de los fondos.

La segunda opción es utilizar el sistema bancario para recibir una transferencia internacional o alguna plataforma digital que se apoye en una transferencia bancaria. Sin embargo, de la misma forma que los gobiernos de cada país controlan los puntos de entrada, también controlan el sistema financiero. Es facultad del gobierno decidir si se permiten cuentas en moneda extranjera o no, quién puede recibir o hacer transferencias internacionales y posiblemente hasta el tipo de cambio al que se recibe el dinero enviado del exterior. Asimismo, el gobierno decide si permite la operación de empresas dedicadas a la transferencia de dinero como Western Union e incluso puede reservarse el derecho a otorgar permisos para su operación (lo cual es equivalente a darle licencias de operación a las personas conectadas con las altas esferas gubernamentales).

Veamos algunos ejemplos

Imaginemos que un cliente decide contratar a un talentoso diseñador gráfico que cotiza su trabajo en dólares estadounidenses y que vive en una de estas jurisdicciones en las que está muy restringida la libre circulación del dinero, que actualmente son la mayoría. El talentoso diseñador puede cotizar el precio de su trabajo en lo que se le dé la gana, pero el que pueda recibir sus ganancias en la moneda de su preferencia depende por completo de lo que el gobierno del país en el que vive quiera. Y aun en los casos en los que el gobierno permite las cuentas en moneda extranjera, no hay garantía alguna de que este no decida una conversión forzosa a la divisa local si se enfrenta con una escasez severa de divisas.

Lo que hace aún más dispar la situación es que en muchos países el gobierno, y ciertas corporaciones, sí tiene acceso a dólares u otras divisas (salvo que se trate de una jurisdicción sancionada por el tesoro de Estados Unidos como Cuba, Rusia, Irán o Corea del Norte) pero el acceso y certeza sobre la custodia de los recursos que puedan tener sus habitantes está a merced de la voluntad oficial. Así que para la mayoría de la población, el acceso a divisas depende de tener familiares emigrados que manden recursos a través de remesas con muy altas comisiones o recurrir al mercado negro.

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